¿NOS ILUMINÓ LA LUZ DE DIOS?
Siempre me gustó tener una participación activa en las
actividades pastorales y por mi condición de periodista una y otra vez, siempre
me encasillaban en una revista o una radio, o un video, o un afiche, etc., etc.
Nunca tuve la oportunidad de un contacto directo con la gente (siempre fue a
través de un medio de comunicación). Por el año 2005 el colegio Leonardo
Murialdo organizó una misión a San Pedro en la selva misionera, en la zona de la
frontera seca con Brasil y me entusiasmó acercarme a los pobladores realizando
un contacto cara a cara con personas que viven en lugares precarios, alejados
de la civilización y hablan el "portuñol" una mezcla de español y
portugués. El Padre Alejandro también envió algunos docentes y alumnos. Fue una
experiencia asombrosa y recomiendo que si la pueden realizar alguna vez en la
vida, es muy gratificante y vivencial.
Bien: Habíamos armado una patrulla con Martín, y Daniel, ambos alumnos del último año del secundario. La primera noche nos tocaba limpiar, ordenar bancos y cerrar una pequeña capilla para recibir al resto los misioneros, mientras a otros grupos les tocaba, cocinar, o lavar los platos u otra actividad comunitaria. Cuando nos despertamos a la mañana, se veía un paisaje hermoso, "todos los verdes" posibles en una vegetación atravesados por calles de tierra colorada, Valles con sembrados de tabaco, yerba mate, y algunas araucarias y a lo alto de una loma una humilde capilla. Solo faltaba el tema principal de "La Misión" de Ennio Morriconi para ilustrar el paisaje. De repente como a las 8.00 AM empezó a llover y no paró por tres días consecutivos, treinta y ocho grados de temperatura bajo la lluvia, mosquitos, víboras, charcos y barro por todos lados. Al oscurecer con paraguas y linternas llegamos a realizar nuestra tarea. A Martín se le ocurrió hacer sacar los zapatos a los misioneros en el atrio, y entrar descalzos, así “ensuciarían menos” y no embarrarían el piso. Hicimos una celebración de la Palabra con un seminarista, todo salió bien, despedimos a todos nuestros compañeros y luego a limpiar y ordenar. Cuando terminamos mientras yo espero en el atrio, Martín apagó la luz, Daniel lo esperó con las llaves y cerró una puerta de aluminio y luego una puerta cancel de hierro.
Bien: Habíamos armado una patrulla con Martín, y Daniel, ambos alumnos del último año del secundario. La primera noche nos tocaba limpiar, ordenar bancos y cerrar una pequeña capilla para recibir al resto los misioneros, mientras a otros grupos les tocaba, cocinar, o lavar los platos u otra actividad comunitaria. Cuando nos despertamos a la mañana, se veía un paisaje hermoso, "todos los verdes" posibles en una vegetación atravesados por calles de tierra colorada, Valles con sembrados de tabaco, yerba mate, y algunas araucarias y a lo alto de una loma una humilde capilla. Solo faltaba el tema principal de "La Misión" de Ennio Morriconi para ilustrar el paisaje. De repente como a las 8.00 AM empezó a llover y no paró por tres días consecutivos, treinta y ocho grados de temperatura bajo la lluvia, mosquitos, víboras, charcos y barro por todos lados. Al oscurecer con paraguas y linternas llegamos a realizar nuestra tarea. A Martín se le ocurrió hacer sacar los zapatos a los misioneros en el atrio, y entrar descalzos, así “ensuciarían menos” y no embarrarían el piso. Hicimos una celebración de la Palabra con un seminarista, todo salió bien, despedimos a todos nuestros compañeros y luego a limpiar y ordenar. Cuando terminamos mientras yo espero en el atrio, Martín apagó la luz, Daniel lo esperó con las llaves y cerró una puerta de aluminio y luego una puerta cancel de hierro.
ENTONCES SE HIZO LA LUZ
Desde mi perspectiva veo a través de la hendija de las dos hojas
de la puerta que sin que nadie hiciera nada las luces de la capilla se habían
encendido solas. ¡Y eso no podía ser! ¿Cómo se lo explicaba a estos dos
adolescentes que todavía no lo habían advertido? Estábamos en el medio de la
selva, solos, en la máxima oscuridad y bajo una lluvia torrencial.
En ese momento más que la música de “La Misión” de Ennio
Morriconi para sonorizar el lugar, sentía los acordes Psycho The Murder de
Alfred Hitchcock.
Para romper el silencio digo - Martín, ¿Al final no apagaste la luz?. Los tres abrimos juntos el cancel, la puerta de aluminio y caminamos hasta el interruptor y nos cercioramos de apagar la luz. Luego con la linterna encendida en la silenciosa y oscura capilla llegamos hasta las puertas, las cerramos, le dimos una vuelta de llave con lentitud y cuando estamos dando la segunda vuelta ¡Se volvieron a encender las luces! Como la primera vez. ¡¡¡Ay, ay, ay !!!…
“Chicos estas deben ser cosas de Dios. Querrá que nos quedemos. Entremos y recemos un rato”.
Volvimos a nuestro campamento, les pedí a los jóvenes discreción. Cenamos y en la sobremesa le conté la experiencia a Esteban el seminarista. Creyó que era una broma. No nos creyó. Nos fuimos a dormir y colorín, colorado este cuento NO ha terminado.
AL DÍA SIGUIENTE….
No podíamos quedarnos así, como si nada hubiese pasado. Esa noche nos tocaba servir la mesa, entonces se nos ocurrió cambiarle la actividad al equipo que tenía que preparar la capilla, argumentando que con tanta lluvia, se iban a mojar y embarrar.
Y la segunda noche, ya más tranquilos, esperamos que se fueran todos, para quedar solos. Barrimos, pasamos el trapo de piso y juntos repetimos los mismos pasos que el día anterior, apagamos el interruptor y salimos en puntas de pie. El silencio y la soledad estaban de nuestro lado para observar con atención (por si pasaba algo) y mientras estamos dando la segunda vuelta a la llave nos distraen unas voces que de repente se transforman en gritos de asombro y pasaron a ser visibles en la oscura noche tormentosa. Era Esteban, el seminarista con su equipo que no nos había visto en la cena y cuando se enteró que habíamos cambiado tareas recordó nuestra conversación y fue para ver si era cierto. Y era cierto, los gritos de su equipo se dieron porque nos veían en la loma con la luz de nuestra linterna cerrando la puerta por fuera y por dentro observaron que todas las luces se encendían solas. Ellos tenían el panorama total del lugar visto a la distancia y de perfil y el asombro de los chicos era indescriptible.
Creo que estas son señales…
Y del joven Martín, muchos años después de aquel incidente tal vez no él lo acuerde, o tal vez si. lo cierto es que le habrá dejado una marca en su vida.
Habrá sido una señal para él en particular. Hoy, es sacerdote en una parroquia de Villa Urquiza.
Para romper el silencio digo - Martín, ¿Al final no apagaste la luz?. Los tres abrimos juntos el cancel, la puerta de aluminio y caminamos hasta el interruptor y nos cercioramos de apagar la luz. Luego con la linterna encendida en la silenciosa y oscura capilla llegamos hasta las puertas, las cerramos, le dimos una vuelta de llave con lentitud y cuando estamos dando la segunda vuelta ¡Se volvieron a encender las luces! Como la primera vez. ¡¡¡Ay, ay, ay !!!…
“Chicos estas deben ser cosas de Dios. Querrá que nos quedemos. Entremos y recemos un rato”.
Volvimos a nuestro campamento, les pedí a los jóvenes discreción. Cenamos y en la sobremesa le conté la experiencia a Esteban el seminarista. Creyó que era una broma. No nos creyó. Nos fuimos a dormir y colorín, colorado este cuento NO ha terminado.
AL DÍA SIGUIENTE….
No podíamos quedarnos así, como si nada hubiese pasado. Esa noche nos tocaba servir la mesa, entonces se nos ocurrió cambiarle la actividad al equipo que tenía que preparar la capilla, argumentando que con tanta lluvia, se iban a mojar y embarrar.
Y la segunda noche, ya más tranquilos, esperamos que se fueran todos, para quedar solos. Barrimos, pasamos el trapo de piso y juntos repetimos los mismos pasos que el día anterior, apagamos el interruptor y salimos en puntas de pie. El silencio y la soledad estaban de nuestro lado para observar con atención (por si pasaba algo) y mientras estamos dando la segunda vuelta a la llave nos distraen unas voces que de repente se transforman en gritos de asombro y pasaron a ser visibles en la oscura noche tormentosa. Era Esteban, el seminarista con su equipo que no nos había visto en la cena y cuando se enteró que habíamos cambiado tareas recordó nuestra conversación y fue para ver si era cierto. Y era cierto, los gritos de su equipo se dieron porque nos veían en la loma con la luz de nuestra linterna cerrando la puerta por fuera y por dentro observaron que todas las luces se encendían solas. Ellos tenían el panorama total del lugar visto a la distancia y de perfil y el asombro de los chicos era indescriptible.
Creo que estas son señales…
Y del joven Martín, muchos años después de aquel incidente tal vez no él lo acuerde, o tal vez si. lo cierto es que le habrá dejado una marca en su vida.
Habrá sido una señal para él en particular. Hoy, es sacerdote en una parroquia de Villa Urquiza.
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