El Avaro de Molière
Molière es Molière siempre
tan actual, siempre tan grotesco, siempre tan familiar y reflexivo sobre la
realidad. Pareciera que no escribió en el Siglo XVII porque la actualidad de
sus relatos llega hasta nuestros días. Sus personajes simples y complejos a la
vez muestran la ridiculez humana y recorriendo lo tragicómico siempre
garantizan un buen espectáculo. Ver la obra de Molière es como
mirar una serie moderna: son capítulos que nos envuelven en una trama que se
encuentra en cada familia. El Avaro es un personaje odioso y simpático a la
vez. Un padre de familia que ahorra para un futuro que nunca llega y entonces
priva a sus hijos y criados de las cosas más necesarias. Podría vivir mucho mejor,
pero el ajuste llega hasta el mismo. Sin embargo un episodio le da sabor a la
obra. El viejo Harpagón (ese era su nombre) se enamora
de la misma mujer que su hijo. Por otro lado su hija se ve con un criado y el
sueño de Harpagón de casarla con alguien de dinero lo desespera. La obra muestra el lado más mezquino y egoísta del ser humano,
donde se lleva al extremo los problemas generados por el dinero y el poder, lo
cual supera a todo tipo de sentimientos que se ven opacados y minimizados ante
lo meramente material. El padre solo piensa en el dinero y priva a sus
hijos de cosas materiales y afectivas.
El papel
del avaro lo protagoniza Antonio Grimau
que con sus 73 años deslumbra y pareciera que cada noche cuando finaliza la
obra Harpagón se viste como Grimau y sale a la calle, para luego volver al día
siguiente. Grimau está dentro del personaje y se pasea por escenario con tanta
naturalidad como si fuera su propia casa. Son dos horas apasionantes de dramas
y risas para llegar luego a un suspenso a la manera de Molière. Tal cual el público
parisino de la comedia lo aplaudía de pie hace 350 años. El teatro Regio lleno,
buena escenografía y vestuario y con respecto a la música, entre los trece
personajes cinco se destacan en su doble papel de actores músicos.
El
propio Molière manifestó en su momento un interesante pensamiento que llevó a
todas sus obras. "Siendo un deber de la comedia corregir a los hombres divirtiéndoles,
he creído que, en mi situación, lo mejor era atacar los vicios de mi tiempo
pintándolos ridículamente”. Lo que tal vez no sospechó el dramaturgo fue
que tres siglos después esas actitudes mezquinas continuarían formando parte de
las miserias humanos de nuestros días.