Sin duda que los temas de
iglesia de puertas para adentro son llamativos para “espiar” que pasa en la
institución milenaria, sobre todo si son recreados por el cine y si al comienzo
del film un aviso dice “basado en hechos reales”. Si a esto le sumamos la
internacional “pochoclera” de Netflix y un argumento donde se repite la antiquísima
fórmula de Hollywood de la rivalidad entre el bueno y el malo de la película.
Estamos sin duda ante una posible ganadora de los Premios Oscar. Según afirman
los críticos ya está nominada para el
mejor drama, el mejor guion, el mejor actor, y el mejor actor de reparto. Es
cierto que cuenta con la magistral actuación de Antony Hopkins y el parecido
increíble de Jonathan Price a Jorge Bergoglio. Si a esto le sumamos el afamado
director brasileño Fernando Meirelles (Ciudad
de Dios, El jardinero infiel) es sin dudarlo un éxito de taquillas, que
tanto en el cine como en Netflix está despertando particular interés.
El
argumento central del guion es la reunión de Bergoglio y Benedicto XVI en 2012 en la residencia papal de
verano en Castel Gandolfo, donde durante unos días comparten un lugar geográfico
con actitudes totalmente distintas. En la película son dos personajes
equidistantes que se admiran mutuamente, pero que no tienen puntos en común.
Por un lado se lo ve al alemán uno como un hombre frio y técnico de la fe:
centrado en textos y documentos, y por el otro a un obispo latino familiarizado
con la gente y los acontecimientos de la gente, como la música, el futbol, el
tango, el humor y la amistad.
Interesantísimo
argumento para seguir palabra a palabra cada uno de los desencuentros entre el
actual Papa y su sucesor. Especulando que Benedicto XVI lo invitó para conocerlo mejor y delegarle en
pontificado. Pareciera una situación de sucesión no inédita, pero si escasa ya
que el último Papa que renunció a su período fue Gregorio XII en hace 600 años.
Para Hollywood la escena se magnifica con la coincidencia que Jorge Bergoglio
quería renunciar al arzobispado de Buenos Aires y le había enviado varias
cartas a Joseph Ratzinger y nunca recibía respuestas, por lo
que decidió comprar un pasaje a Roma para hacerlo personalmente, frente al
líder de mil doscientos millones de fieles.
Quienes conocen al
Padre Jorge (obispo) Bergoglio, saben que eso es tan improbable como la entrevista
que mantienen ambos en Castel Gandolfo. Ese encuentro que jamás existió. Pero
para el público “pochoclero” de Netflix es la columna vertebral del argumento
de la película (“Los dos Papas”). Y
menos las confesiones tanto de uno como de otro. Señores, las confesiones son
privadas, solo el sacerdote y Dios saben de sus pecados. Pero esto no invalida
el film. La película está montada en
una ficción, y muy bien realizada, pero es un poco superficial en algunos puntos,
sobre todo en la visión teológica y geopolítica del futuro Papa Francisco. La
caracterización de Bergoglio está muy bien lograda, con muchos dichos de él que
son textuales, y muestra bien su relación con los curas villeros.
Para
Hollywood Bergoglio era el bueno y un Ratzinger demasiado rígido y débil,
era el malo. El título es llamativo, los hechos “reales” no son tan reales, tal
vez debió llamarse “El Papa del fin del mundo” y mostrar el recorrido de un jesuita
argentino que enfrentó la dictadura, se peleó con el Presidente Néstor Kirchner
y su esposa Cristina Fernández, luchó con los pobres, defendió a sus sacerdotes
de los narcotraficantes y se acercó a todos los sectores marginados de la
sociedad y acompañó a los más jóvenes y a los más viejos.
El
padre Jorge como lo conocen renunció a todos los privilegios y “caminó” la
calle en su labor pastoral. Seguramente esto no era “marketing” para Netflix.